martes, 16 de octubre de 2012

Fases de la conquista romana

 
47.
El primer pacto entre romanos y cartagineses se concluye en tiempos de Lucio Junio Bruto
y Marco Horacio, los dos primeros cónsules nombrados después de la caída de los reyes.
Bajo su consulado tuvo lugar la consagración del templo de Júpiter Capitolino. Esto ocurrió
veintiocho años antes del paso de Jerjes a Grecia....

Que haya paz entre los romanos y sus
aliados y los cartagineses y sus aliados con las condiciones siguientes: prohibición a los
romanos y a sus aliados de navegar más allá de Kalón Akroterion, a no ser obligados por
una tempestad o por unos enemigos....

Después de éste, los cartagineses establecen otro
pacto... Que haya amistad entre los romanos y los aliados de los romanos por una parte y el
pueblo de los cartagineses, el de Tiro, el de Utica y sus aliados, por otra, bajo las siguientes
condiciones: que los romanos no recojan botín más allá de Kalón Akroterion, de Mastia ni
de Tarseyo, que no comercien en tales regiones ni fundan ciudades... Los romanos
establecieron todavía un tercer pacto en la época de invasión de Pirro, antes de que los
cartagineses iniciaran la guerra de Sicilia ...

Porque, acabada la guerra de Sicilia, los
romanos hacen unos pactos distintos, en los cuales las cláusulas contenidas eran las
siguientes: Los cartagineses evacuarán toda Sicilia y todas las islas entre Italia y Sicilia... Y
a todo lo dicho hay que añadir las últimas convenciones aceptadas por Asdrúbal en
Hispania, según las cuales los cartagineses no cruzarían el río Ebro en son de guerra...
POLIBIO, 3, 22

 
48.
Los saguntinos, al verse abrumados por este ataque inesperado y no anunciado por los
heraldos, enviaron una embajada a Roma... Los saguntinos, una vez perdida la esperanza de
ayuda de Roma, y como el hambre les acuciaba y Aníbal persistía en su asedio continua –
pues había oído que la ciudad era próspera y rica no relajaba el asedio-, reunieron el oro y
la plata, tanto público como privado, en la plaza pública, por medio de una proclama y lo
mezclaron con plomo y bronce fundido para que resultara inútil a Aníbal.

Y ellos mismos, prefiriendo morir en combate antes que por hambre, se lanzaron a la carrera, de noche
todavía, contra los puestos de guardia de los africanos, que aún dormían y no sospechaban
el ataque. Por lo cual, los mataron cuando se levantaban del lecho y se estaban armando a
duras penas en medio de la confusión y algunos, incluso, cuando ya estaban luchando.

El combate duró mucho tiempo y de los africanos murieron muchos, pero de los saguntinos
todos. Las mujeres, al ver desde las murallas el fin de sus hombres, se arrojaron unas desde
los tejados, otras se ahorcaron y otras, incluso, degollaron a sus propios hijos. Este fue el
final de Sagunto, una ciudad que había sido grande y poderosa.

Aníbal, tan pronto como se percató de lo que había sucedido con el oro, movido por la ira, dio muerte a aquellos
saguntinos que quedaban y eran adultos, después de torturarlos, pero viendo que la ciudad
estaba a orillas del mar y no lejos de Cartago y poseía una tierra buena, la pobló de nuevo e
hizo de ella una colonia cartaginesa. La cual creo que se llamó Cartago Espartaria.
APIANO, Sobre Iberia, 11, 12

49.
Parecía que el resto de la campaña había de ser tranquila y le hubiera sido por parte de los
cartagineses, pero, además de que el carácter de los hispanos es inquieto y ávido de
aventuras, Mandonio e Indíbil, que anteriormente habían sido reyezuelos de los ilergetes,
después que los romanos se retiraron del desfiladero (castulonenesis) a la costa, levantaron
a sus gentes y se lanzaron a destruir los campos pacíficos de los aliados de los romanos.


Envió contra ellos Escipión algunos tribunos militares con tropas ligeras, que, con
pequeños esfuerzos desbarataron aquellas bandas desordenadas, mataron o apresaron
algunos e hicieron perder las armas a una gran parte. Pero este movimiento atrajo a este
lado del Ebro, para defender a sus aliados, a Asdrúbal en marcha hacia el Océano.

El campamento cartaginés se estableció en el territorio de los ilergavonenses, el romano cerca
de Nova Clasis. De repente llegó la noticia de una nueva guerra. Los celtíberos que habían
sido los primeros de esta región en enviar legados y rehenes a los romanos, excitados por
un mensajero de Escipión, toman las armas e invaden los territorios cartagineses con un
fuerte ejército. Toman por asalto tres ciudades y entablen con insigne valor dos combates
con Asdrúbal, dando muerte a quine mil hombres y haciendo prisioneros a cuatro mil, junto
con muchas enseñas.
TITO LIVIO, 22, 21
50.
Durante este mismo verano estalló en Hispania una enconada guerra promovida por el
ilergete Indíbil....Con estas palabras y otras similares excita no solo a sus compatriotas sino
también al pueblo vecino de los ausetanos, y otros cercanos suyos y de éstos; de este modo,
a los pocos días, treinta mil infantes y casi cuatro mil jinetes se reunieron en el territorio de
los sedetanos, lugar fijado. También los generales romanos L. Léntulo y L. Malio Acidino...
atravesaron el país de ausetanos, a los que trataron con igual clemencia que si hubieran
permanecido sumisos, y llegaron cerca de los enemigos...
No habrían resistido los bárbaros
un ataque tan fuerte si el mismo reyezuelo Indíbil, en compañía de sus jinetes desmontados
no se hubiesen colocado al frente de las mismas tropas de infantería....herido y medio
muerto, el rey siguió resistiendo, pero finalmente clavado al suelo por un
pilum,
sucumbieron de igual forma cuantos estaban a su alrededor, y comenzó la huída por todas
partes. Mandonio y los demás príncipes, fueron hechos prisioneros y llevados al suplicio.
Se estableció la paz en Hispania, fijándose al año un estipendio doble, así como trigo para
seia meses, túnicas y togas para el ejército, y, además, se recibieron rehenes de cerca de
treinta pueblos.
TITO LIVIO, 29, 1-3

51.
Todos le enviaban emisarios y él (Catón) les exigió otros rehenes. Envió cartas selladas a
cada una de las ciudades y ordenó a sus portadores entregarlas todas el mismo día. El día lo
fijó calculando el tiempo que, aproximadamente, tardarían en llegar a la ciudad más
distante. Las cartas ordenaban a los magistrados de todas las ciudades que destruyesen sus
murallas en el mismo día que recibiesen la orden y, en el caso de que lo aplazaran, les
amenazaba con la esclavitud.
Estos, vencidos recientemente en una gran batalla y dado que
desconocían si estas ordenes se las habían dado a ellos solos o a todos, temían ser objeto de
desprecio, con toda razón si eran los únicos, pero si era a todos, los otros también tenían
miedo de ser los únicos en demorarse y, puesto que no había oportunidad de comunicarse
unos con otros por medio de emisarios y sentían preocupación por los soldados que habían
venido con las cartas y permanecían ante ellos, estimando cada uno su propia seguridad
como lo más ventajoso, destruyeron con prontitud las murallas.
Una vez que se decidieron
a obedecer pusieron el máximo celo en tener en su haber, además, una pronta ejecución. De
este modo y gracias a una sola estratagema, las ciudades ubicadas a lo largo del río Ebro
destruyeron sus murallas en un solo día, y en el futuro, al ser muy accesibles a los romanos,
permanecieron durante un largo tiempo de paz.
APIANO, Sobre Iberia, 41

52.
En dos batallas cerradas venció a los bárbaros y consiguió matar a cerca de treinta mil
hombres, según se cuenta, el éxito de esta expedición se logró gracias al aprovechamiento
de la situación geográfica del terreno y se vio facilitada la victoria mediante el paso de las
tropas por un río; sometió doscientas cincuenta ciudades que se le entregaron
voluntariamente. Una vez restablecida la paz y la fidelidad en la provincia, volvió a Roma,
sin que esta expedición  hubiese enriquecido en un dracma.
PLUTARCO, Emilio Paulo, 1
53.
Lucio Emilio, hijo de Lucio, imperator, decretó que los siervos de Hasta, que habitaban en
la Turris Lascutana, fueran libres y mandó poseyeran y conservaran ciudad y territorio
mientras el pueblo y el senado romano lo quisieran. Dado en el campamento el día
duodécimo antes de las calendas de febrero (19 de febrero del 189 a. C.).
CIL II, 5.041

54.
Cuatro Olimpiadas más tarde, en torno a la ciento cincuenta Olimpiada, muchos íberos se
sublevaron contra los romanos por carecer de tierra suficiente, entre otros , los lusones que
habitaban en las cercanías del río Ebro. Por consiguiente el cónsul Fulvio Flaco hizo una
expedición contra ellos, los venció en una batalla y muchos de ellos se desperdigaron por
las ciudades. Pero todos los que estaban especialmente faltos de tierra y obtenían su medio
de vida gracias a una existencia errabunda se congregaron en su huída , en la ciudad de
Complega, que era de fundación muy reciente, bien fortificada y que se había desarrollado
con rapidez.
Tomando a esta ciudad como base de sus operaciones, exigieron a Flaco que
les entregara un sagum, un caballo y una espada como compensación por cada uno de los
muertos, y que se marchara de Iberia antes de que le ocurriera una desgracia. Este les
respondió que les entregaría muchos sagos, y, siguiendo a sus emisarios, acampó junto a la
ciudad. Ellos, contrariamente a sus amenazas, huyeron en secreto de inmediato y se
dedicaron a devastar el territorio de los pueblos bárbaros de los alrededores. Estos pueblos
utilizan un manto doble y grueso que abrochan todo alrededor a la manera de una casaca
militar y lo llaman sagum.
APIANO, Sobre Iberia, 42

55.
.....Se hicieron muchos prisioneros de buena familia, entre los cuales contábanse dos hijos y
una hija de Thurro, que era el reyezuelo de aquellas gentes y, con mucho, uno de los
hispanos más poderosos. Enterado éste de la desgracia de sus hijos, envió legados para
pedirle a Graco que le fuera permitido entrar en el campamento. Llegó y preguntó en
primer lugar si se le respetaría la vida a él y a los suyos.
TITO LIVIO, 40, 49

56.
No muchos años después estalló en Iberia otra guerra, difícil a causa del siguiente motivo.
Segeda es una ciudad perteneciente a una tribu celtíbera llamada Belos, grande y poderosa,
y estaba inscrita en los tratados de Sempronio Graco. Esta ciudad forzó a otras más
pequeñas a establecerse junto a ella; se rodeó de unos muros de aproximadamente unos
cuarenta estadios de circunferencia y obligó también a unirse a los titos, otra tribu limítrofe.
Al enterarse de ello el Senado prohibió que fuera levantada la muralla, les reclamó los
tributos estipulados por Graco y les ordenó que proporcionaran ciertos contingentes de
tropas a los romanos. Esto último, en efecto, también estaba acordado en los tratados. Los
habitantes de Segeda con relación a la muralla, replicaron que Graco había prohibido crear
nuevas ciudades, pero no fortificar las ya existentes. Acerca del tributo de las tropas
mercenarias, manifestaron que habían sido eximidos por los propios romanos después de
Graco. La realidad era que estaban exentos, pero el Senado concede siempre estos
privilegios añadiendo que tendrán vigor en tanto lo decidan el Senado y el pueblo romano.
APIANO, Sobre Iberia, 44

57.
Llegó también de Hispania una embajada de nuevo estilo. Mas de cuatro mil hombres que
se decían hijos de soldados romanos y mujeres hispanas, con las cuales los soldados habían
contraído connubio, rogaban que se les concediera una ciudad donde habitar. El Senado
decretó .... que fuesen enviados a Carteia, junto al Océano.
TITO LIVIO, 64, 3

58.
No mucho tiempo después todos los que consiguieron escapar a la felonía de Lúculo y
Galba, lograron reunirse en número de diez mil e hicieron una incursión contra Turdetania.
Gayo Vetilio vino desde Roma contra ellos con otro ejército y asumió, además, el mando
de las tropas que estaban en Iberia, llegando a tener un total de diez mil hombres. Este
cayó sobre los que estaban buscando forraje y, después de dar muerte a muchos, obligó a
los restantes a replegarse hacia un lugar en el que, en el caso de permanecer, corrían el
riesgo seguro de morir de hambre, y, en caso de abandonarlo el de morir a manos de los
romanos.
Tal era, en efecto, la dificultad del lugar. Por este motivo enviaron emisarios a
Vetilio con ramas de suplicantes, pidiéndole tierra para habitarla como colonos y
prometiéndole que, desde ese momento, serían leales a los romanos en todo. El prometió
entregársela y se dispuso a firmar un acuerdo. Pero Viriato, que había escapado de la
perfidia de Galba y entonces estaba con ellos, les trajo a la memoria la falta de palabra de
los romanos y cuantas veces habían violado los juramentos que habían dado y como todo
aquel ejército estaba formado por hombres que habían escapado a tales perjurios de Galba
y Lúculo. Les dijo que no había que desesperar de salvarse en aquel lugar, si estaban
dispuestos a obedecerle.
Encendidos sus ánimos y recobradas las esperanzas, lo eligieron
general. Después de desplegar a todos en la línea de batalla como si fuera a presentar
combate, les dio la orden de que, cuando él montara a caballo, escaparan disgregándose en
tantas direcciones como pudiesen, por rutas muy distintas en dirección a la ciudad de
Tríbola, y que le aguardaran allí.

El eligió sólo a mil y les ordenó colocarse a su lado. Una
vez efectuadas disposiciones, escaparan al punto, tan pronto como Viriato montó a caballo,
y Vetilio, temeroso de perseguirles a ellos que habían escapado en numerosas direcciones,
dio la vuelta y se dispuso a luchar con Viriato, que permanecía quieto y aguardaba el
momento de atacar. Viriato, con caballos mucho más veloces, lo mantuvo en jaque,
huyendo a veces y otras parándose de nuevo y atacando, y consumió aquel día y el
siguiente completos en la misma llanura cabalgando alrededor.
Y cuando calculó que los
otros tenían ya preparada su huída, entonces partió por la noche por caminos no usados
habitualmente y, con caballos mucho más rápidos, llegó a Tríbola sin que los romanos
fueran capaces de perseguirlo a causa del peso de sus armas, de su conocimiento de los
caminos y la inferioridad de sus caballos. De esta manera, de modo inesperado, salvó a su
ejército de una situación desesperada. Cuando esta estratagema llegó al conocimiento de los
pueblos bárbaros de esta zona, le reportó un gran prestigio y se le unieron muchos de otros
lugares. Y durante ocho años sostuvo la guerra contra Roma.
APIANO, Sobre Iberia, 61-63

59.
Nada mas llegar expulsó a todos los mercaderes y prostitutas, así como a los adivinos y
sacrificadores, a quienes los soldados, atemorizados a causa de las derrotas, consultaban
continuamente. Asimismo les prohibió llevar en el futuro cualquier objeto superfluo,
incluso víctimas para sacrificios con propósitos adivinatorios. Ordenó, también, que fueran
vendidos todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios que contuvieran y las
bestias de tipo, salvo las que permitió que se quedaran.
A nadie le fue autorizado tener
utensilios para su vida cotidiana, exceptuando un asador, una marmita de bronce y una
sola taza. Les limitó la alimentación a carne hervida o asada. Prohibió que tuvieran camas y
él fue el primero que descansó sobre un lecho de hierba. Impidió también que cabalgaran
sobre mulas cuando iban de marcha, pues: ¿Qué se puede esperar, en la guerra –dijo- de un
hombre que es incapaz de ir a pie?
Tuvieron que lavarse y untarse con aceite por si solos,
diciendo en son de burla Escipión que únicamente las mulas al carecer de manos, tenían
necesidad de quienes las frotaran. De esta forma, los reintegró a la disciplina a todos en
conjunto y también los acostumbró a que le respetaran y temieran, mostrándose de difícil
acceso, parco a la hora de otorgar favores y, de modo especial, aquellos que iban contra las
ordenanzas. Repetía en numerosas ocasiones, que los generales estrictos y austeros en la
observancia de la ley eran útiles para sus propios hombres.... pero con todo no se atrevió a
entablar combate hasta que los ejercitó con muchos trabajos... recorriendo a diario las
llanuras mas cercanas...
Las marchas, con objeto de que nadie pudiera escaparse, como
sucedía antes, las llevaba siempre a cabo en formación cuadrada... Cuando calculó que el
ejército estaba presto, obediente a él y capaz de soportar el trabajo, trasladó su campamento
a las cercanías de los numantinos.
APIANO, Sobre Iberia, 85-87

60.
De este modo, Escipión fue el primero, según creo, que cercó con un muro a una ciudad
que no rehuía el combate. El río Duero fluía a lo largo del cinturón de fortificaciones y
resultaba de mucha utilidad a los numantinos para el transporte de víveres y para la entrada
y salida de sus hombres.
Estos, buceando o navegando por él, en pequeños botes, pasaban
inadvertidos o bien lograban romper el cerco con ayuda de la vela, cuando soplaba un
fuerte viento.... Cuando estuvo dispuesto y las catapultas, las ballestas y las máquinas para
lanzar piedras se hallaban apostadas sobre las torres, y estaban apilados junto a las almenas
piedras, dardos y jabalinas, y los arqueros y honderos ocupaban sus lugares respectivos en
los fuertes, colocó a lo largo de toda la obra de fortificación, numerosos mensajeros, que de
día y de noche debían comunicarle lo que ocurriera, transmitiéndose, unos a otros, las
noticias... El ejército estaba integrado por sesenta mil hombres, incluyendo fuerzas
indígenas...
Los numantinos agobiados por el hambre enviaron cinco hombres a Escipión,
con la consigna de enterarse de si los trataría con moderación, si se entregaban
voluntariamente. Y Avaro, su jefe, habló mucho y con aire solemne acerca del
comportamiento y valor de los numantinos, afirmó que ni siquiera en aquella ocasión
habían cometido ningún acto reprochable, sino que sufrían desgracias de tal magnitud por
salvar por la vida de sus hijos y esposas y la libertad de su patria. Por lo que muy en
especial –dijo- Escipión.
Es digno que tu, poseedor de una gran virtud, te muestres
generoso para con un pueblo tan lleno de ánimo y valor y nos ofrezcas, como alternativa de
nuestros males, condiciones mas humanas, que seamos capaces de sobrellevar, una vez que
acabamos de experimentar un cambio de fortuna. Así que no está ya en nuestras manos,
sino en las tuyas, o bien aceptar la rendición de la ciudad si concedes condiciones
mesuradas o consentir que perezca totalmente en la lucha.
Avaro habló de esta manera, y
Escipìón, que conocía la situación interna de la ciudad a través de los prisioneros, se limitó
a decir que debían ponerse en sus manos junto con las armas y entregarle la ciudad. Cuando
les fue comunicada la respuesta, los numantinos, que ya de siempre tenían un espíritu
salvaje debido a su absoluta libertad y a su falta de costumbre en recibir ordenes de nadie,
en aquella ocasión, aún más enojados por las desgracias y tras haber sufrido una mutación
radical en su carácter, dieron muerte a Avaro y a los cinco embajadores que le habían
acompañado, como portadores de malas nuevas y, porque pensaban que, tal vez, habían
negociado con Escipión su seguridad personal.
No mucho después, al faltarle la totalidad de
las cosas comestibles, sin trigo, sin ganados, sin hierba, comenzaron a lamer pieles cocidas,
como hacen algunos en situaciones extremas de guerra. Cuando también les faltaron las
pieles, comieron carne humana cocida, en primer lugar de aquellos que habían muerto... Al
encontrarse en una situación tal, se entregaron a Escipión. Este les ordenó que ese mismo
día llevaran las armas al lugar que habían designado y que al día siguiente acudieran a otro
lugar. Ellos, en cambio, dejaron transcurrir el día, pues acordaron que muchos gozaban aún
de libertad y querían poner fin a sus vidas. Por consiguiente, solicitaron un día para
disponerse a morir.
APIANO, Sobre Iberia. 91- 96

61.
Después de la expulsión de los cimbrios llegó Tito Didio y dio muerte hasta veinte mil
arévacos, A Termes, una ciudad grande y siempre insubordinada contra los romanos, la
trasladó, desde la posición sólida que ocupaba, a la llanura, y ordenó que sus habitantes
vivieran sin murallas. Después de poner sitio a Colenda, la tomó a los ocho meses de asedio
por rendición voluntaria, vendió a todos sus habitantes con los niños y las mujeres.
APIANO, Sobre Iberia, 99

62.
(Consulado) de Cayo Marío y Cayo Flavio. A Lucio Cesio, hijo de Cayo, imperator, el
pueblo de los Seanos se rindió. Lucio Cesio, hijo de Cayo, imperator, después que hubo
aceptado, preguntó al consejo lo que consideraba adecuado exigirles. A partir del dictamen
del consejo, exigió los prisioneros, los caballos y las yeguas que hubieran cogido. Lo
entregaron todo.
Después Lucio Cesio, hijo de Cayo, determinó que quedaran como estaban
los campos y las construcciones; las leyes y las demás cosas que hubieran tenido hasta el
día de la rendición se las devolvió para que siguieran en uso mientras el pueblo romano
quisiera. Y en relación a este asunto les ordenó a los legados que fueran (...?). Cren(o?) y
Arco, hijos de Cantono (actuaron como) legados.
BRONCE DE ALCÁNTARA

63.
Cn. Pompeyo, hijo de Sexto, imperator, acordó que, en premio a su valor, se concediera la
ciudadanía romana a los jinetes hispanos. Esta decisión fue tomada de acuerdo con la ley
Julia, en el campamento establecido junto a Ascoli el día XIV de las calendas de diciembre.
Asistieron a este consejo.... (siguen los nombres de los oficiales que formaban el consejo,
luego aparecen los de los jinetes hispanos)....
TURMA SALLUITANA, hijo de Adingibas;
Illurtias, hijo de Bilustibas; Estopeles, hijo de Ordennas... Sosinaden, hijo de
Sosinasae...Urgidar, hijo de Luspanar, Gurtano, hijo de Biurno... Ennegenses... Beles, hijo
de Umarbeles... Libenses,... Bastugitas, hijo de Adimeis; Umarillum, hijo de Tabbatu;
Suconenses, Belences, hijo de Albennes; Atullo, hijo de Tautidals; Illuersencis....
CIL I, 2, 709
64.

Sertorio era admirado y querido por los indígenas, porque, por medio de las armas,
formación y orden romanos, les había quitado aquel aspecto furioso y terrible, convirtiendo
sus fuerzas de grandes cuadrillas de bandoleros, en un ejército...
Pero principalmente lo que les ganó la voluntad fue lo que hizo con los jóvenes, reuniendo
en Osca, ciudad populosa, a los hijos de las personajes más principales, y poniéndoles
maestros de todas las ciencias y profesiones griegas y romanas, en realidad los tomaba
como rehenes, pero en apariencia los instruía para que al llegar a la edad varonil,
participasen del gobierno y de las magistraturas.
Los padres, en tanto, estaban muy engalanados y vestidos de púrpura, y Sertorio pagaba por ellos los honorarios. Losexaminaba por si mismo muchas veces, les distribuía permiso y les regalaba aquellos
collares que los romanos llamaban bulas, siendo costumbre entre los hispanos que los que
se formaban con el general perecieran con él, si este moría, a lo que los bárbaros llamaban
consagración, al lado de los demás generales sólo se ponían algunos asistentes y amigos,
pero a Sertorio lo seguían millares de hombres resueltos a hacer por él esta especie de
consagración.
PLUTARCO, Sertorio, 14
65.
Fabio Máximo, a quien César dejó encargo de estrechar el sitio de Munda, adelantaba
continuamente sus trabajos, de tal suerte que, estrechados los enemigos por todas partes,
trataron de pelear unos con otros; después que se ejecutó así una matanza cruel, hicieron
una salida. No perdieron los nuestros ocasión de apoderarse de la plaza, donde todos los
que se encontraban quedaron prisioneros.
Desde aquí marcharon a Osuna, ciudad defendida
con grandes fortificaciones, cuya situación, muy elevada, hacía enormemente dificultoso el
ataque, no sólo por las obras sino también por la naturaleza del terreno. Añadíase a esto el
no haber más agua que la de la propia ciudad, pues en todos los alrededores no se hallaba
un arroyo a más de ocho millas de distancia.
Favorecía éste mucho a los habitantes, y mas
el hecho de que en seis millas no se encontraba ni césped para levantar trincheras, ni
madera para la construcción de torres, ya que Pompeyo, para dejas la ciudad más segura de
sitio, había mandado cortar toda la leña del entorno y meterla en la plaza. Así se veían los
nuestros precisados a transportar los materiales de Munda, de la cual acababan de apoderarse.
Mientras pasaba esto en Munda y Osuna, habiendo pasado César de Gades a
Hispalis, el día siguiente tuvo una asamblea general, en la que les hizo ver que desde el
principio de su cuestura había tomado particular afecto a esta provincia entre todas y que le
hizo en aquel tiempo todos los beneficios que pudo; que después, siendo pretor, y con
algunas más dificultades por su empleo, había alcanzado del Senado que le perdonase los
impuestos que Metelo le había cargado, liberándola de la opresión de sus pagos; que al
mismo tiempo, tomándola bajo su protección introdujo muchas embajadas suyas en el
Senado y había defendido muchas causas públicas y privadas, acarreándole por ello no
pocos enemigos; que en su consulado, aún estando ausente, había hecho cuantos favores
había podido en la provincia, y que a todas estas buenas obras eran ingratos y
desconsiderados para consigo y el pueblo romano, tanto en la presente guerra como en las
pasadas.
CÉSAR, Guerra de Hispania, 41, 2
66.
Llegaron hasta allí arqueros procedentes de los rutenos, muchos jinetes de las Galias con
gran número de carros e impedimenta, según es costumbre entre ellos. Además había casi
seis mil hombres de toda condición social, acompañados de sus hijos y criados. Viajaban
sin mando ni orden preciso actuando cada cual a su antojo. Viajaban sin temores, dado su
costumbre a la libertad de los viajes en tiempos anteriores.
CÉSAR, Guerra Civil, 1, 51,1-2
67.
Asustándose con estas noticias, obligó a los ciudadanos romanos de esta provincia a que le
prometiesen para la administración pública una suma de dieciocho millones de sextercios,
más de veinte mil libras de plata y doce mil modios de trigo. A las comunidades que
consideraba partidarias de César las oprimía con mayores tributos y les imponía
guarniciones; a los particulares que pronunciaba palabras y sostenían conversaciones
contrarias a la República, les condenaban en juicio y les confiscaban los bienes. Exigió de
toda la provincia que prestase juramento de fidelidad a él y a Pompeyo.

Cuando llegó la noticia de lo sucedido en Hispania Citerior, se dispuso a preparar la guerra: su plan de
campaña consistía en retirarse a Gades con sus dos legiones y retener allí todas las naves y
todo el trigo, pues conocía que toda la provincia sentía inclinación por César; pensaba que
una vez reunidas en la isla las provisiones y las naves, no le sería difícil prolongar la
guerra.
CÉSAR, Guerra Civil, 2, 18, 1-6
68.
Devolvió César a los ciudadanos las sumas de dinero que había ofrecido a Varrón.
Restituyó los bienes a quienes supo que habían sido castigados por la liberalidad al hablar,
concedió recompensas en público y en privado a varias ciudades y dio esperanzas a las
demás... Partió para Gades, donde ordenó que las ofrendas y el dinero sacados del santuario
de Hércules y llevados a una casa particular fueran llevados de una casa particular, fueran
llevados al templo.
CÉSAR, Guerra Civil, II, 21, 2-3
69.
Estas actividades parecieron al Senado dignas del laurel y del carro triunfal, pero tan
grande era ya César que despreció encumbrarse más con otro triunfo. Durante esta misma
época, los astures, formando una enorme columna, habían bajado de sus nevadas montañas;
su ataque no se lanzó a la ligera, al menos para los bárbaros, sino que después de haber
establecido su campamento a orillas del río Astura y dividido sus fuerzas en tres grupos, se
disponían a atacar a un mismo tiempo los tres campamentos romanos.
La lucha contra enemigos tan valerosos, cuya llegada había sido tan rápida y bien concertada, habría sido
dudosa y sangrienta, si los brigecinos no les hubieran traicionado y hubieran avisado a
Carisio; supuso para nosotros una victoria el haber cumplido sus proyectos, sin poder
evitar, por lo tanto, una lucha sangrienta.
El resto del ejército, en retirada, fue acogido en la ciudad de Lancia, muy fortificada, donde la disposición de los lugares hizo la lucha tan encarnizada que, después de la toma de la ciudad, los soldados reclamaban antorchas para quemarla y su general, a duras penas, pudo salvarla, asegurándose que la ciudad acogería
manos la victoria romana si estaba intacta que si era incendiada.Tal fue el final de la campaña de Augusto y también de la revuelta de Hispania; su fidelidad fue asegurada al punto lo mismo que una paz eterna, gracias al cambio sobrevenido en el temperamento mismo de sus habitantes, desde entonces más dispuestos a llevar una vida pacífica, así como las medidas tomadas por Augusto; temiendo la confianza que les inspiraba sus montes, refugio seguro para ellos, les obligó a habitar y vivir en un emplazamiento de su campamento, puesto que estaba en el llano: allí se celebraría la asamblea de la nación y deberían conservar este lugar como capital.
Estas medidas se veían favorecidas por la naturales del país: toda la región vecina contenía, efectivamente, oro, malaquita, minio y abundancia de otros productos. En consecuencia. Augusto ordenó que se explotase el suelo.
Así, los astures, esforzándose en trabajar la tierra para el provecho de los otros, comenzaron a conocer sus propios recursos y riquezas.
FLORO, 2, 33
70.
Sin embargo, no se mostró como tal en los hechos, pues tras vencerlos a ambos los redujo a la esclavitud. No fueron hechos prisioneros muchos de los cántabros, puesto que, desesperando de su libertad, no estimaban en nada su vida y, uno de ellos, tras incendiar sus propias fortificaciones, se degollaron. Otros prefirieron perecer entre las llamas y otros, de común acuerdo, se envenenaron, de forma que pereció la mayor parte y la más salvaje de entre ellos. Los astures, por su parte, tan pronto como fueron rechazados de un lugar fortificado que está asediado y, posteriormente, fueron vencidos en un combate, no continuaron ya la sublevación y se sometieron rápidamente.
DION CASIO, 54, 5, 1-3